Humor

Trece anécdotas de mi vida en Japón.

Esta semana, mientras leía algunos mensajes de la red de Twitter, me pareció intentesante la idea de @Nichichan de recopilar y contar algunas de las anécdotas curiosas vividas en Japón.

twitter anecdotas japon

Y es que dentro de nada, concretamente el siguiente 29 de Septiembre de este año, se cumple ya un lustro (cinco años) de mi llegada a Japón. Y como os podréis imaginar, me han ocurrido muchísimas anécdotas.

Seguro que se me escapan muchas de las divertidas; muchas otras habrán caído ya en el saco del olvido. Pero a continuación, os cuento las doce que he recordado durante esta última semana.

Anécdotas relacionadas con la vivienda.

1. El bucle infinito.

Al poco de llegar a Japón, me alojé en un hotel por 3 días. Durante ese tiempo, estuve buscando una casa para vivir de alquiler. Y como mi nivel de japonés no era bueno, una amiga japonesa me estuvo ayudando a hablar con el personal de las inmobiliarias.

Tuve suerte de encontrar un apartamento barato y donde aceptaban a inquilinos extranjeros – cosa que a veces puede resultar complicada. Sin embargo, cuando fui a firmar el contrato, uno de los requisitos a cumplir era tener numero de teléfono. Me dirigí entonces a una conocida tienda de electronica llamada BicCamera, donde los dependientes me pidieron la dirección donde residía como condición para darme el numero de teléfono. Les contesté que para firmar el contrato y tener una dirección fija necesitaba que me dieran el numero de teléfono.

Esta situación genero un bucle donde era imposible conseguir ninguna de las cosas. Les pregunté si era posible que, temporalmente, les proporcionase la dirección del hotel y después cambiarla a la del apartamento, pero me contestaron con una negativa.

Al final, mi amiga tuvo que contratar una segunda línea a mi nombre y con ello ya pude ir a la inmobilaria a firmar el contrato de mi nueva casa. Fue una situación bastante frustrante, pero que creo que ocurre con mucha frecuencia al personal extranjero que viene a vivir por una larga temporada a Japón.

2. El misterioso caso de las bicicletas que se clonaban.

Siempre he tenido la mala suerte de tener vecinos ruidosos en mis dos primeras mudanzas en Japón. En la primera de ellas vivia en una casa de dos pisos con accesos individuales a cada estancia. Yo vivía en el primer piso.

Mis vecinos del segundo piso fueron un verdadero infierno por casi un año entero. Eran estudiantes japoneses y solían hacer fiestas los fines de semana hasta las tantas de la madrugada. Yo dormía en un altillo que había en mi salon y prácticamente me martilleaban los oídos con su ruido. Cuando no tenían fiesta, el inquilino de la casa solia emitir ruidos como si estuviese practicando con un taiko (link). Por si fuera poco, la gente del vecindario utilizaba la salida de mi casa como un aparcamiento de bicicletas.

Bicicletas bloqueo casa

Esto situación se agravaba aun mas cuando venían de visita los amigos de mis vecinos del piso de arriba. Entonces, bloqueaban por completo la entrada a mi casa y hacían que el entrar o salir de allí se convirtiese digno de escena de la película misión imposible. Lo llegue a reportar a la comisaría de policía, enseñando fotos de la escena, pero me dijeron que lo único que podían hacer es mirar si alguna de las bicicletas era robada.

Para hacer una queja formal debía hablar directamente con la inmobiliaria. Y eso fue lo que hice en diversas ocasiones; creo que entre unas 5 y 10 veces durante mi año de estancia en esa residencia.

En una ocasión vinieron los amigos estudiantes vecino de arriba en tromba a hacer fiesta en su casa. Bloquearon, como no, la entrada de mi casa con sus bicicletas; entonces tome la iniciativa de bloquear la escalera de acceso al segundo piso con todas sus bicicletas y me volví a casa. Cuando escuche que salían al exterior y miraban con asombro que no podían salir por el tapón generado, sali de mi casa a llamarles la atención y decirles, <<¡Ahora entendeis lo que vosotros haceis conmigo! Asi que dejad de poner vuestras bicicletas en frente de mi casa. ¿Entendido?>>. Se lo dije con un tono visiblemente enfadado y repitiendo aquello de “分かった ¿wakatta?” (¿entendido?) varias veces hasta que asintieron.

Después de aquello no es que la situación mejorase mucho, pero al menos me sirvió para hacerles ver que no viven solos.

3. La amable casera japonesa.

Después de un año viviendo en una vieja casa de 17 metros cuadrados, en la cuál sufrí múltiples percances, decidí que ya había llegado la hora de mudarme.

También hablé con la que aquel momento era mi novia – hoy mi mujer – y tomamos la determinación de irnos a vivir juntos. Estuvimos mirando en varias inmobiliarias y,  después de varias consideraciones, nos mudamos a un primer piso, nuevo, de 45 metros cuadrados y un pequeño jardín propio.

Estaba a unos 15 minutos andando de la estación, y el precio del alquiler mensual era de 98.000 yenes. Hablamos con el personal de la inmobiliaria y dejamos caer que yo era aún estudiante, preguntando por la posibilidad de que nos bajasen algo el precio. Ellos hablaron con la dueña por teléfono y, en el mismo día, nos respondieron que había accedido a bajar el alquiler 3.000 yenes mensuales pasando a ser de 95.000 yenes.

Poco después de comenzar a vivir en el piso, conocimos a la dueña. Vivía en una casa situada enfrente, con un terreno verde enorme, donde tenía plantados árboles y algunas verduras y hortalizas. Era una señora de unos 80 años, de aquellas japonesas chaparritas y que andan medio dobladas. Su aspecto frágil engañaba, pues siempre la encontrabas cultivando o recogiendo la cosecha de su huerto.

A la señora le gustaba conversar con la gente joven, al menos eso me decía. Me hablaba también de su hobby, que no era otro que arrancar las malas hierbas de su jardín. Yo pensaba que bromeaba hasta que un día me la encontré merodeando en los alrededores de nuestro jardín deshaciéndose de ellas.

Un día preparé una tortilla de patatas y fuimos a visitarla a su casa para regalársela por lo bien que nos trataba y por el descuento que nos realizó en el alquiler. Al día siguiente nos encontramos en la puerta de nuestro piso la fiambrera donde se la entregamos, vacía y limpia. Junto con ello había un mensaje de agradecimiento.

Unas semanas más tarde nos regaló una bolsa de patatas de las que había recogido en su huerto. ¡Debía haber más de 3 kilos en esa bolsa! Tampoco fue la última vez que fuimos obsequiados por su parte. Otro día recibimos una bolsa de caquis recién recogidos de los árboles de su terreno.

La señora parecía bastante preocupada por el estado de nuestro jardín. Nosotros nunca fuimos unos jardineros ejemplares; precisamente por ello, uno de los Veranos, las diversas plantas del lugar tomaron vida propia adueñándose del jardín y convirtiéndolo en una jungla. Fue entonces cuando nuestra amable casera nos llamó al timbre y nos comentó que a e ella y a su hijo les encantaría ayudarnos a cortar los hierbajos y a poner hierba artificial. Y así fue, equipados adecuadamente y con hoz en mano, se presentaron a las 8 de la mañana de un domingo cualquiera en nuestra casa.

jardin japon hierba artificial

Después de 3 años y medio, decidimos que era hora de cambiarnos a una casa más grande, ya que nuestra familia pasó de 2 a 3 miembros. Lo más triste fue despedirse de esta entrañable señora. Al hacerlo nos dijo que no nos olvidásemos de ella y que, por favor, pasáramos a visitarla algún día. Aún no lo hemos hecho, pero siempre que veo a alguna de esas yayas japonesas con el cuerpo medio encorvado por el paso de los años me viene al recuerdo nuestra amable ex-casera.

Anécdotas cuando estudiaba japonés.

4. No molestarás a tu compañero.

Yo era de los estudiantes que raramente me saltaba las clases de japonés, ya que entendía que había pagado por ello e iba a aprender el idioma. Muchos de los estudiantes suecos becados se podían pasar días enteros sin venir; también pasaba con aquellos que trabajaban en baitos (trabajos temporales).

Un día no me encontraba bien y me quede en la cama durante la primera hora de clase de la mañana, de 9:00h. a 9:50h. Entonces, envíe un mensaje a una compañera de clase española para que le comunicase al profesor que no podría asistir a primera hora.

Cuando llegué a la escuela, en uno de los descansos, el profesor me llamó para hablar conmigo. Por su tono y su expresión facial estaba visiblemente enfadado por algo. Concretamente, me recriminaba el haber molestado a una compañera por delegarle la tarea de comunicarle que llegaría tarde. Dijo que esperaba que no volviese a ocurrir y que era responsabilidad de uno mismo, el notificar que se va a llegar tarde, ya sea por email o por teléfono.

Aun entendiendo su punto de vista, me pareció excesiva su reacción. Máxime, cuando en nuestra cultura no es algo que produzca molestia. Cuantas veces me habrán escrito un mensaje en el trabajo para que dijese al jefe que un compañero iba a llegar tarde.

5. Si prometes volverte a tu país…

Me encontraba estudiando ya en el grado 7 (de 8 posibles) en la escuela de japonés y ya tenia pre-pagado el último nivel. Sin embargo, decidí que ya tenia un nivel suficiente para buscar trabajo y hablé con la gerencia de la escuela para pedir la devolución del pago del siguiente curso, ya que no quería continuar con ello. Las reglas de la escuela asi lo permitían; simplemente había que hacerlo antes de haber comenzado el nivel, como asi fue.

Pues bien, cuando les comuniqué mi decisión, me dijeron que hasta que no les enseñase el billete de avión de vuelta a mi país no me devolverían el dinero del pago. Ni que decir tiene que esta «nueva regla» no estaba escrita en ninguna condición del contrato, y asi se lo hice ver.

Me reuní con la directora y el personal de administración para discutir sobre ello y me comentaron que lo hacen de esta manera porque muchos estudiantes dejan la escuela y continuan viviendo en Japón con el visado estudiante que fue gestionado por la escuela. Añadían también, que desde el organismo de Inmigración en Japón les exhortaban a decir a los estudiantes que al dejar la escuela deben abandonar el país en un periodo de 3 meses desde la fecha de finalización del curso.

Al final conseguí convencerles de que al no estar especificado en el contrato, deberían devolverme el dinero, ya que era ilegal. Ellos accedieron alegando que siempre había sido un alumno modelo, con buenas notas y muy buena asistencia; y por ello entendían que no habría problemas conmigo. Aun y con todo, fue una experiencia un poco desagradable que empolvó un poco los muy buenos momentos que pase en esta academia.

Anécdotas en el trabajo.

6. De siesta en el trabajo.

En una de las tantas entrevistas que tuve cuando estaba buscando trabajo, estuve durante una hora y media conversando en japonés con tres de los empleados de la empresa; uno de ellos era el jefe de la misma.

Casi al final de la entrevista, y sabiendo que yo era de nacionalidad española, el jefe intento bromear aprovechando uno de nuestros tópicos mas internacionales.   Me dijo aquello de “sabes que en esta empresa no podrás echarte la siesta”, riendo como si de un chiste se tratase. Yo, visiblemente enfadado pero controlando el tono, le conteste que «los españoles no dormimos en el trabajo, pero si me ha tocado saber de japoneses que se duermen mientras están haciendo sus tareas”.

La expresión del jefe cambio a un tono menos jocoso y creo que a partir de ese momento sabía resultaría algo complicado que me contratasen en esa compañía.

7. La tarjeta amarilla.

Al entrar a trabajar a mi primera empresa en Japón me comunicaron unas valiosas reglas a seguir al finalizar mi jornada de trabajo. Como si de cuidar a un gremlins se tratase, por rutina antes de volver a casa debía apagar el ordenador, los monitores y guardarlo todo mi material en unas cajoneras cerradas con llave. Después la llave había que dejarla en una caja donde todos los empleados dejaban sus llaves antes de volver.

Un día de mi primera semana allí, se me olvidó la llave puesta en la cajonera. Al día siguiente, me dirigí a coger la llave de mi cajonera al lugar común, pero no se encontraba allí. Cuando fui a mi puesto, vi que tenia una tarjeta amarilla sobre la mesa.

tarjeta amarilla rakuten

Al parecer, me había dejado olvidada la llave puesta en la cajonera y me habían confiscado la llave. Tuve que ir a por ella a otro departamento y me dijeron que si volvía a infringir otra de esas reglas, los managers de mi grupo deberían pedir perdón por ello y podría afectar también a mi valoración como empleado.

8. La hamburguesa sin pan.

En el comedor del trabajo había diferentes reglas a la hora de comer. Primero, debías elegir un plato principal y después uno secundario o dos platillos pequeños de entre una variedad de raciones. También podías optar por comer un sandwich o una hamburguesa.

La hamburguesa era self-service, esto es, no te la servían de una pieza, si no que los ingredientes estaban disponibles y te la hacías tu mismo. Había una cola para ello y tenían un procedimiento con pasos para hacértela. Primero tomabas el pan, después le podías untar mantequilla, poner la carne, la lechuga, el tomate (solamente una rodaja por persona) y la mayonesa, ketchup o mostaza.

Un día de los que me apetecía comer hamburguesa me dirigí a la sección de autoservicio, y cuando me llego mi turno ya no había pan de hamburguesa. El personal de la cocina estaba ocupado con otras cosas y yo no tenía mucha hambre, por lo que decidí no tomar pan y comerme solo la carne de hamburguesa con los demás ingredientes.

Cuando terminé de preparármela y marchaba camino de encontrar un lugar donde comer, una empleada de la cocina se dirigió mandándome parar. Me dijo que a mi hamburguesa le faltaba el pan, y ponerle pan era una regla a seguir que no podía saltarme. A lo que yo conteste que no se preocupase, que no tenía mucha hambre y que no necesitaba el pan. La cocinera, no contenta con mi respuesta, me insistió que en las reglas esta escrito que has de comerla con pan, y que de no ser así no podría comerla. Yo le repliqué que cuando me estaba preparando la hamburguesa no había pan entre los ingredientes disponibles y que tampoco pasaba nada, que no me apetecía comerlo. Ella me retuvo y llamó a su superior para comentárselo.

Allí me ves discutiendo con los dos cocineros en japonés, diciendo que no hay problema, que no necesito el pan. Ellos en sus trece me seguían insistiendo que no puedo llevármela sin el pan. Cansado ya, les digo que si me dan el pan no me lo voy a comer, y que posiblemente acabará en la basura. Añado además, que no entiendo el porqué siguen insistiéndome, si no lo necesito.

Una chica japonesa que no conocía, viendo lo absurdo de la situación, acudió en mi ayuda. Estuvimos fácilmente 2-3 minutos más discutiendo sobre el tema hasta que el jefe de cocina accedió a que, por esta vez, pudiera tomarme la hamburguesa sin pan.

Ni que decir tiene que esta ha sido una de las situaciones más surrealista que he tenido a lo largo de mi estancia en este país.

Sin embargo, habéis de saber que el hecho de ser estricto en el cumplimiento de los procedimientos, por muy estúpidos o ineficientes que puedan resultar algunos a vista del consumidor, es algo muy arraigado a la cultura japonesa. Cuando un japonés trabaja con unas reglas definidas, siempre las seguirá al pie de la letra, pudiendo provocar situaciones como la que os he contado.

9. Sorry. No English.

En la empresa donde trabajo actualmente, el idioma oficial es el ingles. Aun asi, hay bastantes departamentos en los que solamente se habla japonés.

Hace poco acudí a uno de ellos para hacer una consulta y me encontré conversando cara a cara en japonés con uno de sus integrantes. Mi pregunta fue muy directa y en un correcto japonés. Me respondió con un ingles macarrónico diciendo algo parecido a “sorry, group can’t talk English”, a lo que repliqué – en japonés – “no te preocupes, te estoy hablando en japonés, no en ingles, puedes contestarme en japonés, que te entiendo”. La reacción de este hombre fue cerrarse en banda y me dijo “sorry, no English”.

Este tipo de situaciones suele ocurrir porque una reacción muy común de un japonés cuando un extranjero entabla conversación con él es la de contestar en inglés o al menos intentarlo. No importa que tu hayas hablado en un perfecto japonés.

10. Little Winner, «el soñador».

Al poco entrar a trabajar en mi primera empresa en Japón, fui asignado a un grupo de dos personas. Mi compañero era japonés y no hablaba ni una palabra de inglés. Esto no suponía obstáculo alguno, ya que yo podia hablarlo con fluidez.

El problema surgió cuando vi que se pasaba gran parte del día durmiendo; y cuando digo gran parte me refiero a, al menos, un 50% de su tiempo.

Su rutina al llegar a su puesto de trabajo era encender el ordenador, tomarse su café negro de máquina y echar su primera cabezadita del día.

A lo largo de los años parecida haber adquirido una depurada técnica de poses para hacer parecer que se encontraba pensando y no dejar ver a los demás que, en realidad, estaba durmiendo. Pero incluso con evolutiva técnica, era casi imposible que la gente de alrededor no se diera cuenta de algo tan obvio. No me podía creer que nadie se quejase de ello.

Pregunte a varios compañeros si tenían conocimiento de esta situación y me respondieron que este tipo era así. Es más, hable con mis managers sobre el problema y sorpresivamente me dijeron que tenía que ser yo el que le despertase y le espabilase para que terminarse su trabajo, algo así como si yo fuese su padre…

Yo recibía tareas semanales y las repartía entre los dos, pero cuando llegaba el final de la semana y le preguntaba sobre su progreso me contestaba que no había podido terminarlas.

Ambos teníamos firmado un contrato temporal renovable cada 3 meses. Lo más sorprendente es que aun sin sacar el trabajo adelante, y durmiendo a placer en su puesto de trabajo, consiguió pasar un año entero en la empresa, a pesar de las múltiples quejas que formulé durante ese periodo.

Por cierto, se apellidaba 小勝 (kokatsu), que traducido al español sería algo así como pequeño ganador. Me pregunto que habrá sido de «Little Winner» (así le apodaba) y como lidiaran sus compañeros de trabajo con él en otra empresa.

Anécdotas en restaurantes / hoteles.

11. Bilingüismo gastrónomico.

Una situación muy parecida a la anécdota del trabajo de «Sorry, no English» nos suele ocurrir con bastante frecuencia a los extranjeros cuando pedimos en un restaurante.

Tratando de integrarte en la sociedad japonesa uno hace por pedir los platos en japonés, pero no es de extrañar que te contesten en inglés. No importa que sigas hablando en japonés, lo mas probable es que sigas obteniendo respuestas en inglés.

Esto no solo pasa en restaurantes, si no preguntando por direcciones o en cualquier otro aspecto del día a día. ¡Ojo, no pasa siempre! Algunos japoneses también te hablarán en japonés, bien porque no pueden hablar ingles o bien por que se darán cuenta de que puedes hablar un buen japonés.

12. La propina diabólica.

En mi primer viaje a Japón, visité un restaurante donde comí un plato de curry japonés con arroz, muy rico por cierto. Cuando fui a pagar, recibí de cambio unos pocos yenes; posiblemente no llegarían ni a 10.

Recuerdo decirle a la cajera que se quedase con el cambio y entonces dirigirme a la puerta de salida. Acto seguido, y cuando ya estaba saliendo por la puerta, vi como ella corría tras de mi con el dinero en mano tratando de que parase. Yo, desde la distancia, me negué a recibirlo, pensando que no era nada más que calderilla y salí del establecimiento sin tomar el dinero.

A día de hoy se que lo que hice fue causarle un problema a la chica, ya que se encontró con una situación fuera de lo normal en este país. Y es que, para los que no lo sepan, en Japón no se aceptan propinas.

13. ¿Viajar solo? ¡No, gracias!

Siempre tuve miedo a viajar solo a otros países, pensaba que no tendría el valor para tomar el avión, o que llegaría al país destino y que me pasaría los días encerrado en mi mismo, o que viajar sin compañía sería una cosa muy aburrida.

Aún así me decidí a hacer un viaje a Japón solo. Para más inri me fui durante casi 3 semanas y mi nivel de japonés era bastante básico.

Durante la primera semana estuve en un hostal con habitación para una persona. Nada más terminar la jornada de viaje diaria subía a mi habitación, me duchaba y acto seguido al futón a dormir. Básicamente así fue todo hasta que visité Kyoto.

Durante cuatro días me hospedé en una habitación compartida y me fui haciendo amigo de un japonés del staff que trabajaba por la noche y se llamaba Yuuya. Era un tipo muy majo y mi última noche me dijo que estaba invitado a probar una botella de sake con unos amigos suyos que vendrían a cenar a la zona común.

Cuando llegó la noche, pasé por la sala común y allí estaba Yuuya con un par de colegas. Compramos unas yonkilatas de cerveza para amenizar la conversación y así fueron cayendo unas rondas. Poco más tarde se nos unió un italiano.

Así fueron cayendo las latas de cerveza, el sake y las horas. Yuuya y sus amigos se tuvieron que marchar. Sería ya alrededor de la 1 de la mañana y el italiano y yo nos pusimos a hablar con un grupo de jóvenes nipones que también estaban alojados en este hostal. Yo chapurreaba japonés y cuando no nos entendíamos tratábamos de usar algo de inglés. Al final terminamos cerca de las 5 de la madrugada y lo pasamos bastante bien.

Kyoto hostal fiesta

A partir de este viaje ya nunca he dudado en viajar solo.

Categorías:Humor, Vida en Japón

3 respuestas »

  1. Que curiosas tus anécdotas ☺ La de «little winner» mira que tiene delito y lo que me sorprende es que delegaran en ti la responsabilidad de espabilarlo.
    En cuanto a los vecinos ruidosos no se porque me imaginaba a los japoneses más respetuosos en ese aspecto. Supongo que es un problema que traspasa fronteras.
    Y ya lo de la hamburguesa sin pan…para echarles de comer aparte. Sabía de su cabezonería con seguir las reglas pero cosas como esas me siguen pareciendo muy «heavy».
    Me ha gustado el post, si te vienen más a la mente ya sabes 😉.

    ¡Saludos!

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